“(…) no devenimos madres necesariamente cuando parimos al niño, sino en el transcurso de algún instante de desesperación, locura y soledad en medio de la noche con nuestro hijo en brazos. Cuando la lógica y la razón no nos sirven, cuando nos sentimos transportadas a un tiempo sin tiempo, cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido.”

Laura Gutman

sábado, 2 de octubre de 2010

Algunas esponjas también se hunden




Había una vez una esponja violeta llamada Amanda, no sé si familiar del tan conocido Bob. Pero ella no era tan famosa, muy al contrario, solía pasar bastante desapercibida. Pero era feliz.
Como a todas las esponjas, a Amanda le encantaba jugar, chapotear, llenarse de agua y luego dejarla caer.
Sin embargo, pese a que su misión era la de estar a menudo en contacto con el agua, Mateo, su dueño de 4 años, no le permitía zambullirse en lugares donde el agua subiera más de un palmo. Pero sus papás estaban deseosos de que lo hiciera, querían que su esponjita Amanda llegara a ser tal y como eran las demás, y que no se quedase olvidada en un rincón cuando Mateo cogía a las demás esponjas de colores y las metía con él en su bañera para jugar. Sus papás también deseaban que Amanda pudiera zambullirse en aquel mar de agua dulce y jabonosa y que demostrase que ella podía flotar y moverse con mayor soltura que las demás.
Así que un día, sin consultar a su pequeña, los papás de Amanda la colocaron en el primer lugar de la fila de esponjas, aunque Mateo ni se había dado cuenta, tan acostumbrado como estaba a que Amanda siempre se quedase en su rincón.
Pero fue así como Amanda entró en contacto con una cantidad de agua mayor de la que acostumbraba. La sensación fue sumamente agradable, el no notar nada bajo su cuerpecito poroso era sencillamente satisfactorio.
Sin embargo, Amanda comenzó a llenarse de agua, ésta iba recorriendo todo su ser poco a poco. Y, de repente, Amanda notó como cada vez el agua comenzaba a cubrirla más y más. Hasta que, finalmente, acabó en el fondo de la bañera, de donde ya no pudo emerger.
- "Mamá" - dijo Mateo - "¿ves como esta esponja no flota? No la quiero, no puedo jugar con ella en la bañera".
- "Está bien hijo, no te preocupes. La tiraremos a la basura y mañana te compraré otra esponja violeta que flote como las demás".

Moraleja: Algunas esponjas también pueden llegar a hundirse.
Es un relato un poco triste, lo sé. Pero se me acaba de ocurrir al comentar con unas chicas de A Brazos (el grupo de crianza al que pertenezco), el hecho de que algunos papás y mamás se empeñen en enviar a sus hijos/as a demasiadas actividades extraescolares.

Pero, ¿cuál es el motivo que lleva a un padre o una madre a enviar a una clase extraescolar a su pequeño/a? Salvando las excepciones, se me ocurren dos motivos, y hablo desde mi propia experiencia con personas cercanas:

-Estaréis conmigo en que vivimos un momento donde el que más pisotea es el que más lejos llega. Pero este modo de vida tan destructivo, ha traspasado los límites de la edad adulta y, cada vez más, se traslada a la infancia.

Los papás y mamás "modernos", tenemos la estúpida idea de que nuestros/as hijos/as llegarán más lejos cuantos más conocimientos tengan. Pero ¿acaso no se adquieren también conocimientos cuando conversamos con ellos, cuando jugamos, cuando comparten con nosotros actividades cotidianas en casa, cuando nos acompañan a hacer la compra o a hacer gestiones, cuando miramos desde la ventana las gotas de lluvia que caen en la calle, cuando observamos las formas extrañas y sorprendentes que adquieren las nubes movidas por el viento, cuando observan cómo papá se ensucia arreglando el coche? Si no es así, entonces mi idea del término "adquirir conocimientos" está totalmente equivocada.

Y a veces creo que es así, pues en general, los conocimientos que parece que llevan al éxito son aprender inglés (u otro idioma), tocar un instrumento, bailar danza clásica o, símplemente, acudir a clases particulares para reforzar lo aprendido.

Todo esto, por supuesto, está muy bien, y tal vez mi hija algún día haga alguna (o varias) de estas cosas. Pero no por IMPOSICIÓN. Primero necesito ver que mi hija tiene una habilidad innata que es necesario reforzar, pues tal vez por ahí vaya su futuro y no puedo dejarla pasar.

Pero lo que no puedo permitir es imponerle que haga tal o cual actividad sólo porque fulanito o menganita lo hacen, porque así será más lista, porque así destacará sobre los demás. Esto sería muy injusto para mi hija.

- Otro motivo, más dañino que el anterior si cabe, por el que los padres y madres suelen enviar a sus hijos/as a estas actividades, es el deseo de querer desprenderse de ellos/as, la necesidad de que alguien se ocupe de ellos/as mientras nosotros empleamos ese tiempo para nuestras cosas.
Entonces, el pasar con mi hija toda la tarde jugando o haciendo lo que nos venga en gana en lugar de enviarla a clase de inglés como sus compañeros ¿no ha de ser ocuparme de mis cosas? ¿No será mi hija "cosa mía"? ¿Serán "cosas mías" ir a tomar un café con mis amigos/as sin tener a una personita demandando mi atención constantemente? ¿Es eso? ... Pues no lo entiendo.

A estos papás y mamás les ha venido de perlas un término muy extendido últimamente: "tiempo de calidad". Les ha venido como anillo al dedo el saber que, aunque decidas estar con tu hijo/a sólo una o dos horas al día (o a la semana), eso será suficiente para cubrir las necesidades afectivas de tu hijo/a, siempre y cuando ese tiempo sea de calidad.

¿Alguien puede explicarme qué es "tiempo de calidad"? ¿A alguien se le ha ocurrido la brillante idea de decirle a su jefe "esta semana vendré a trabajar 2 horas cada día, pero ese tiempo será de calidad"? Ja!

Una cosa es que, por circunstancias de la vida, un papá o una mamá se vean en la necesidad de dejar a su hijo/a haciendo alguna actividad que le han tenido que imponer, porque desgraciadamente su trabajo o la razón que sea, no se lo permite. Pero otra muy distinta es que se haga a lo loco, sin importar las consecuencias.

Pero lo más grave de este punto es la forma en que los papás y mamás intentan enmendar esta falta de presencia física para con sus hijos/as. Los padres y madres que crían así a sus hijos/as, suelen recompensarles con demasiados regalos, muchas veces inútiles y hasta dañinos. No les basta con una tarde en el cine, con un paseo por la playa, con compartir diversión en el parque, con una escapada a la montaña ... No, la recompensa ha de ser grande, del estilo de videoconsolas, una casa de muñecas o un camión que no caben en el cuato, etc, pues en su interior saben que el daño está siendo grande.


Muchos padres y madres se olvidan de que lo que tienen en casa son niños/as, y que como tal han de vivir su niñez, infancia o adolescencia. Muchos se olvidan de que estos niños y niñas necesitan el contacto de sus padres y madres, necesitan afecto, cariño, necesitan que sus padres y madres ESTÉN. Porque sólo así se consiguen adultos independientes, capaces de mirar adelante con seguridad, capaces de dar lo que se les ha dado, capaces de ser buenas personas.

Tal vez ese hijo/a no será Albert Einstein, Cristiano Ronaldo, Montserrat Caballé, Fernando Alonso, o Angelina Jolie. Pero tal vez sí sea una persona feliz, que disfrute haciendo lo que le gusta en realidad, que sepa luchar por lo que desea sin tener que dejar atrás cabezas cortadas, que no vea en los demás a sus rivales sino alguien más de quien aprender, que se sienta apoyado por las personas que más quiere, que sepa vivir con lo bonito y lo feo de la vida y disfrute de ello.


Dicen que los niños/as pequeños/as son como esponjas, que absorven mucha información en edades tempranas. Lo que muchos/as tal vez no sepan es que, como Amanda, algunas esponjas se acaban hundiendo.

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