Mar adentro, mar adentro, y en la ingravidez del fondo donde se cumplen los sueños, se juntan dos voluntades para cumplir un deseo.
Un beso enciende la vida con un relámpago y un trueno, y en una metamorfosis mi cuerpo no es ya mi cuerpo; es como penetrar al centro del universo:
El abrazo más pueril, y el más puro de los besos, hasta vernos reducidos en un único deseo:
Tu mirada y mi mirada como un eco repitiendo, sin palabras: más adentro, más adentro, hasta el más allá del todo por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre y siempre quiero estar muerto para seguir con mi boca enredada en tus cabellos.
(Mar Adentro, de Ramón Sampedro)
Un beso enciende la vida con un relámpago y un trueno, y en una metamorfosis mi cuerpo no es ya mi cuerpo; es como penetrar al centro del universo:
El abrazo más pueril, y el más puro de los besos, hasta vernos reducidos en un único deseo:
Tu mirada y mi mirada como un eco repitiendo, sin palabras: más adentro, más adentro, hasta el más allá del todo por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre y siempre quiero estar muerto para seguir con mi boca enredada en tus cabellos.
(Mar Adentro, de Ramón Sampedro)
Estas palabras de Ramón Sampedro me dan pie para contaros una nueva experiencia viajando con Aroa.
Tendría tantas cosas que contar, pues nuestros viajes ya no son como los de antes. Ahora que está ella, disfrutamos de forma diferente, disfrutamos de las cosas pequeñas, de aquellas que, si no estuviese ella, nos pasarían inadvertidas y que, sin lugar a dudas, tienen mucho más significado y valor que el resto.
Pasamos unos días en Noia, un pueblo pequeño pero acogedor, con gente sencilla, tranquila. Ese gallego con gheada y seseo que envuelve tu alma y te abraza cálidamente hasta sentirte uno más. Me llamó la atención el trato de los papás y mamás con sus hijos (a diferencia de lo que suelo ver en la zona donde yo vivo). Los mayores disfrutan del juego de sus pequeños en los parques, intervienen en sus aventuras. No importa quién esté mirando, si hay que tirarse por el tobogán para que el niño se sienta más seguro, si hay que ensuciarse las manos con la arena del suelo, si hay que correr por todo el parque jugando al pilla pilla ... pues se hace y punto. Me ha sorprendido no ver a esos grupitos de mamás que se ponen de cotilleo en una esquina mientras sus hijos juegan sólos. Tal vez sea porque es un pueblo marinero, trabajador, donde todo el tiempo que se pueda pasar con los hijos es poco, pues nunca se sabe cuándo tendrán que volver a embarcar, cuántas horas habrá que trabajar sin ver a su descendencia.
Visitamos además el resto de la Costa Do Barbanza: precioso. Nunca me cansaré de ver el mar. Nací mirando hacia él y, sin embargo, cada día me sorprendo admirando su grandeza. En esta ocasión, hemos disfrutando de cómo este mar, refugio eterno de muchos hombres que allí han dejado su vida, parece adentrarse en la tierra y no al revés. De cómo parece querer besar la orilla con su movimiento continuo. Cómo va dibujando perfiles, a veces imposibles de imaginar.
Y ahora, os invitamos a que recorráis con nosotras algunos de los lugares que hemos visitado:
Tendría tantas cosas que contar, pues nuestros viajes ya no son como los de antes. Ahora que está ella, disfrutamos de forma diferente, disfrutamos de las cosas pequeñas, de aquellas que, si no estuviese ella, nos pasarían inadvertidas y que, sin lugar a dudas, tienen mucho más significado y valor que el resto.
Pasamos unos días en Noia, un pueblo pequeño pero acogedor, con gente sencilla, tranquila. Ese gallego con gheada y seseo que envuelve tu alma y te abraza cálidamente hasta sentirte uno más. Me llamó la atención el trato de los papás y mamás con sus hijos (a diferencia de lo que suelo ver en la zona donde yo vivo). Los mayores disfrutan del juego de sus pequeños en los parques, intervienen en sus aventuras. No importa quién esté mirando, si hay que tirarse por el tobogán para que el niño se sienta más seguro, si hay que ensuciarse las manos con la arena del suelo, si hay que correr por todo el parque jugando al pilla pilla ... pues se hace y punto. Me ha sorprendido no ver a esos grupitos de mamás que se ponen de cotilleo en una esquina mientras sus hijos juegan sólos. Tal vez sea porque es un pueblo marinero, trabajador, donde todo el tiempo que se pueda pasar con los hijos es poco, pues nunca se sabe cuándo tendrán que volver a embarcar, cuántas horas habrá que trabajar sin ver a su descendencia.
Visitamos además el resto de la Costa Do Barbanza: precioso. Nunca me cansaré de ver el mar. Nací mirando hacia él y, sin embargo, cada día me sorprendo admirando su grandeza. En esta ocasión, hemos disfrutando de cómo este mar, refugio eterno de muchos hombres que allí han dejado su vida, parece adentrarse en la tierra y no al revés. De cómo parece querer besar la orilla con su movimiento continuo. Cómo va dibujando perfiles, a veces imposibles de imaginar.
Y ahora, os invitamos a que recorráis con nosotras algunos de los lugares que hemos visitado:
Porto do son. Bonito pueblo marinero, pequeño pero acogedor, tranquilo. Con un parque para los niños muy cuidado y con una gran cantidad de espacio verde para que los peques puedan correr a sus anchas, y todo cerca del puerto (a mano izquierda) y de una pequeña playa de aguas tranquilas a la derecha (en la foto).
Aquí nos detuvimos a jugar. Aroa disfrutó un montón, no sólo del parque, sino también de la finísima arena de la playa. Es muy divertido ver cómo se esconden los pies bajo la arena templada por el sol y, de repente, con un sutil movimiento de los dedos, éstos emergen de repente, con la arena deslizándose suavemente.
Dunas de Corrubedo. A pesar de que en la foto no se aprecia, es increíble la inmensidad de la duna, que recorre toda la playa de lado a lado. Es una lástima no poder apreciarla desde el otro lado, pero hace un par de años que está prohibido el paso, pues el turismo masivo y la poca delicadeza con la que algunos trataban a la duna, estaba provocando que poco a poco fuese desapareciendo. De hecho, ya ha perdido bastantes metros de altura en los últimos años.
Llegamos en un momento en que la diversa y extensa flora de la zona estaba en pleno apogeo, así que Aroa pudo contemplar gran diversidad de flores, formas, colores, etc.
Llegamos en un momento en que la diversa y extensa flora de la zona estaba en pleno apogeo, así que Aroa pudo contemplar gran diversidad de flores, formas, colores, etc.
Praia de O Vilar. A continuación de Corrubedo, se sitúa esta hermosa playa, con parajes naturales (es de hecho parque natural) que se pueden recorrer a traves de diversas pasarelas de madera.
Para acceder a ella hay que atravesar un amplio pinar, donde Aroa disfrutó de lo lindo recogiendo piñas caídas, recolectando los piñones de su interior y, como no, comiéndoselos después. Es apasionante ver su carita impresionada, al darse cuenta de dónde vienen realmente esos piñones que le da mami algunas veces a la merienda.
Para acceder a ella hay que atravesar un amplio pinar, donde Aroa disfrutó de lo lindo recogiendo piñas caídas, recolectando los piñones de su interior y, como no, comiéndoselos después. Es apasionante ver su carita impresionada, al darse cuenta de dónde vienen realmente esos piñones que le da mami algunas veces a la merienda.
Praia Os Castros. Esta playa lleva su nombre debido al Castro de Baroña situado en su margen derecha. Como la anterior, es una playa tranquila y no golpeada por la mano del hombre moderno.
Aquí estuvimos relajándonos un buen rato con el sonido del mar, deleitándonos a cada abrazo de las olas y sintiendo la caricia fresca y húmeda del mar al entrar en contacto con las rocas.
Aquí estuvimos relajándonos un buen rato con el sonido del mar, deleitándonos a cada abrazo de las olas y sintiendo la caricia fresca y húmeda del mar al entrar en contacto con las rocas.
Castro de Baroña. Está situado en una especie de península que se adentra en el mar, en el extremo derecho de la playa anterior. A él se puede acceder a través de la playa. Aunque nosotros escogimos la ruta más corta y fácil: un sendero que lleva directamente a él.
Aroa no dejaba de asombrarse con la cantidad de piedras que allí había. A cada sitio que visitábamos, pedía llevarse una piedrecita, y esta vez no fue menos. Aunque ahora no podía ser, a ver quién es el guapo que se lleva en el bolsillo semejantes moles!
Durante un buen rato, uno de estos singulares círculos, se convirtió en alojamiento de mi renacuaja, adoptándolo como su casita de piedra, recorriéndolo palmo a palmo, saltando de un lado a otro, recogiendo las hierbecillas que crecen en su interior, aprendiendo cómo cada una de las piedras que conforman el castro reposan sobre otras y sirven, a su vez, de sostén a las que están por encima.
Aroa no dejaba de asombrarse con la cantidad de piedras que allí había. A cada sitio que visitábamos, pedía llevarse una piedrecita, y esta vez no fue menos. Aunque ahora no podía ser, a ver quién es el guapo que se lleva en el bolsillo semejantes moles!
Durante un buen rato, uno de estos singulares círculos, se convirtió en alojamiento de mi renacuaja, adoptándolo como su casita de piedra, recorriéndolo palmo a palmo, saltando de un lado a otro, recogiendo las hierbecillas que crecen en su interior, aprendiendo cómo cada una de las piedras que conforman el castro reposan sobre otras y sirven, a su vez, de sostén a las que están por encima.
Riveira. Nos adentramos ahora en una zona más turística y, por tanto, con playas más dedicadas al esparcimiento y ocio de los visitantes. Prefiero las anteriores, pero ésta no deja de ser bonita y acogedora.
Ría de Arousa (Vista desde O Mirador da Curota). Nos adentramos ahora en la Ría de Arousa y, en el ayuntamiento de A Pobra do Caramiñal, no podemos dejar de visitar el Monte da Curota. Preparaos para coger el coche (valiente el que se atreva a ir a pie) y subir por tortuosas curvas, subir hasta casi llegar a tocar el cielo.
Antes de llegar a la cima, podemos detenernos en un mirador más modesto, pero no menos impresionante, abriendo boca con las espectaculares vistas de la Ría (primera foto).
Y una vez arriba, evadirse y regocijarse con la vista que se abre a nuestros ojos (segunda foto).
Antes de llegar a la cima, podemos detenernos en un mirador más modesto, pero no menos impresionante, abriendo boca con las espectaculares vistas de la Ría (primera foto).
Y una vez arriba, evadirse y regocijarse con la vista que se abre a nuestros ojos (segunda foto).
Monte da Curota. Pero no sólo podemos disfrutar de las vistas. También podemos refrescarnos en una preciosa fuente, estampa de numerosas fotos de los viajeros. Y caminar entre manadas de caballos, que pastan tranquilos, ajenos al bullicio, a las prisas y a los problemas absurdos de los humanos.
Mirador da Curota. Y finalmente, después de tanto viaje, nos sentaremos a descansar y disfrutar de las vistas antes de emprender el regreso a casa.
Esperamos que hayáis disfrutado del viaje.
Me encanta las fotos cuanto añoro galicia me encantaria estar alli.
ResponderEliminarSonia