Los últimos días, hemos estado adelantando las horas de irnos a dormir y de despertarnos, puesto que, cuando Aroa tenga que ir al cole toda la mañana (de 9 a 14 horas), tendrá que levantarse tempranito, acostumbrada como estaba a hacerlo a las 10,30 o 11,00 de la mañana.
Poco a poco nos hemos ido adaptando y no parece que lo lleve mal.
En su primer día de cole, tenía que entrar a las 11,45. Pero ya desde las 11,00 estuvo arrastrando por toda la casa su mochila de Dora la Exploradora (que cansinos son estos dibujos, por Dios!) que habíamos estado preparando juntas ayer, y preguntando a cada momento: "Mamá, cuándo nos vamos?" "Ya es hora?" "Ya nos podemos ir?". Y mi sorpresa iba en aumento, pues no esperaba este ansia tan grande por su parte.
Por fin salimos de casa. Tuvimos que esperar un ratito en la puerta a que saliese el grupo de niños anterior (no empiezan todos a la misma hora y lo hacen por grupos reducidos). Uno de los niños que entraba con ella se puso a llorar como una magdalena; y ahí fue cuando yo pensé: "ahora Aroa se va a pegar a mí y no me va a soltar". Pero no. Su profesora cogió al niño en brazos, a Aroa de una mano, y entraron con los demás. Se fue con su profe sin mirar atrás, sin darme ni un beso ni un abrazo. Todo fue tan rápido que ni a mi siquiera me dio tiempo a despedirme. Me quedé allí un ratito, esperando no sé a qué. Tal vez a que Aroa saliese corriendo en mi busca? No, es broma. Tan sólo me estaba haciendo a la idea de que la había dejado ir, así, sin más.
Ya en casa, llamé a todo el mundo para decirles lo que había sucedido, sobre todo a quienes me estuvieron agobiando durante dos años con comentarios a cerca de mi decisión de no enviar a Aroa a una guardería, a aquellos que me habían asegurado por activa y por pasiva que cuando entrara en el cole lo iba a pasar mal y que seguramente lloraría al entrar porque no estaba acostumbrada a estar con tantos niños y con profesores.
Pero cuando ya no tuve más a quien llamar, sólo entonces, escuché el silencio de casa, ese silencio que, durante 3 años y 7 meses, estuvo ocupado por las voces, risas, llantos, saltos, golpes, cantos y bailes de mi pequeña. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi pequeña comenzaba a volar en otra dirección, comenzaba una nueva etapa. Y sentí la casa vacía. Y lloré. Lloré de alegría, porque mi niña había confiado en mis palabras de estos días, y no dudó ni un instante en aceptar la mano de su profesora.
Pero no sólo la entrada fue así de fantástica. La salida también lo fue. Hicieron la fila (el tren, como me explicó Aroa más tarde) y fueron saliendo uno a uno. Cogí a mi niña, con su mochilita a la espalda, (que no quiso sacarse hasta llegar a casa), con una mirada que sólo me decía que todo estaba bien. Nos abrazamos. Y ya en casa, me contó todo lo que había hecho: la plastilina, el cajón de muñecas, el gusanito de la pared, su percha con su foto, las sillas todas de color verde, su nueva amiga con unas botas de un color que no conocía, la otra profe que no conocía y que le puso el mandilón, el niño que lloraba y que luego dejó de hacerlo, el baño al que tendría que ir a hacer pis cuando le entrasen las ganas, la música que empezó a sonar durante un rato ... Y a mí que me caía la baba a cada palabra suya.
Ya a la tarde, mientras su cena se estaba haciendo, la tenía en mis brazos y jugábamos a bailar en la cocina. En un momento en que paramos, me cogió la cara entre sus manos (como la foto de la cabecera del blog. Es algo que suele hacer cuando me quiere decir algo importante) y siguió la siguiente conversación:
"mami, estoy muy contenta!"
"Qué bien piruleta! Y por qué estás tan contenta?", le pregunto.
"Estoy contenta por el cole"
"De verdad? cuánto me alegro! Entonces quieres volver mañana?"
"Puedo volver?"
"Si te apetece, sí"
"Vale! Bailamos más?"
Me ha sorprendido mucho cómo lo ha tomado, sobre todo porque lo que a mí más miedo me daba era su timidez. Pero veo que pese a eso, ha afrontado esta situación muy bien. No ha hablado mucho en la clase, ni se ha movido de la silla en la que se sentó al entrar, según me dijo su profesora. Sin embargo, tal vez eso para ella no suponga un problema. Imagino que cuando tenga más contacto con sus compañeros cambiará su forma de interactuar con ellos, así como con la profesora.
De momento, hemos superado la primera prueba con éxito. A ver qué ocurre cuando ya vayan los 25 niñ@s todos juntos y tenga que estar 5 horas seguidas. Lo bueno es que, según me han estado comentando otras mamis que ya tienen niñ@s mayores, las profesoras son encantadoras, trabajan mucho para y por l@s niñ@s, las clases son muy dinámicas, con mucho aprendizaje a través del juego, y esto creo que es muy positivo para Aroa.
Os seguiré contando.
Poco a poco nos hemos ido adaptando y no parece que lo lleve mal.
En su primer día de cole, tenía que entrar a las 11,45. Pero ya desde las 11,00 estuvo arrastrando por toda la casa su mochila de Dora la Exploradora (que cansinos son estos dibujos, por Dios!) que habíamos estado preparando juntas ayer, y preguntando a cada momento: "Mamá, cuándo nos vamos?" "Ya es hora?" "Ya nos podemos ir?". Y mi sorpresa iba en aumento, pues no esperaba este ansia tan grande por su parte.
Por fin salimos de casa. Tuvimos que esperar un ratito en la puerta a que saliese el grupo de niños anterior (no empiezan todos a la misma hora y lo hacen por grupos reducidos). Uno de los niños que entraba con ella se puso a llorar como una magdalena; y ahí fue cuando yo pensé: "ahora Aroa se va a pegar a mí y no me va a soltar". Pero no. Su profesora cogió al niño en brazos, a Aroa de una mano, y entraron con los demás. Se fue con su profe sin mirar atrás, sin darme ni un beso ni un abrazo. Todo fue tan rápido que ni a mi siquiera me dio tiempo a despedirme. Me quedé allí un ratito, esperando no sé a qué. Tal vez a que Aroa saliese corriendo en mi busca? No, es broma. Tan sólo me estaba haciendo a la idea de que la había dejado ir, así, sin más.
Ya en casa, llamé a todo el mundo para decirles lo que había sucedido, sobre todo a quienes me estuvieron agobiando durante dos años con comentarios a cerca de mi decisión de no enviar a Aroa a una guardería, a aquellos que me habían asegurado por activa y por pasiva que cuando entrara en el cole lo iba a pasar mal y que seguramente lloraría al entrar porque no estaba acostumbrada a estar con tantos niños y con profesores.
Pero cuando ya no tuve más a quien llamar, sólo entonces, escuché el silencio de casa, ese silencio que, durante 3 años y 7 meses, estuvo ocupado por las voces, risas, llantos, saltos, golpes, cantos y bailes de mi pequeña. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi pequeña comenzaba a volar en otra dirección, comenzaba una nueva etapa. Y sentí la casa vacía. Y lloré. Lloré de alegría, porque mi niña había confiado en mis palabras de estos días, y no dudó ni un instante en aceptar la mano de su profesora.
Pero no sólo la entrada fue así de fantástica. La salida también lo fue. Hicieron la fila (el tren, como me explicó Aroa más tarde) y fueron saliendo uno a uno. Cogí a mi niña, con su mochilita a la espalda, (que no quiso sacarse hasta llegar a casa), con una mirada que sólo me decía que todo estaba bien. Nos abrazamos. Y ya en casa, me contó todo lo que había hecho: la plastilina, el cajón de muñecas, el gusanito de la pared, su percha con su foto, las sillas todas de color verde, su nueva amiga con unas botas de un color que no conocía, la otra profe que no conocía y que le puso el mandilón, el niño que lloraba y que luego dejó de hacerlo, el baño al que tendría que ir a hacer pis cuando le entrasen las ganas, la música que empezó a sonar durante un rato ... Y a mí que me caía la baba a cada palabra suya.
Ya a la tarde, mientras su cena se estaba haciendo, la tenía en mis brazos y jugábamos a bailar en la cocina. En un momento en que paramos, me cogió la cara entre sus manos (como la foto de la cabecera del blog. Es algo que suele hacer cuando me quiere decir algo importante) y siguió la siguiente conversación:
"mami, estoy muy contenta!"
"Qué bien piruleta! Y por qué estás tan contenta?", le pregunto.
"Estoy contenta por el cole"
"De verdad? cuánto me alegro! Entonces quieres volver mañana?"
"Puedo volver?"
"Si te apetece, sí"
"Vale! Bailamos más?"
Me ha sorprendido mucho cómo lo ha tomado, sobre todo porque lo que a mí más miedo me daba era su timidez. Pero veo que pese a eso, ha afrontado esta situación muy bien. No ha hablado mucho en la clase, ni se ha movido de la silla en la que se sentó al entrar, según me dijo su profesora. Sin embargo, tal vez eso para ella no suponga un problema. Imagino que cuando tenga más contacto con sus compañeros cambiará su forma de interactuar con ellos, así como con la profesora.
De momento, hemos superado la primera prueba con éxito. A ver qué ocurre cuando ya vayan los 25 niñ@s todos juntos y tenga que estar 5 horas seguidas. Lo bueno es que, según me han estado comentando otras mamis que ya tienen niñ@s mayores, las profesoras son encantadoras, trabajan mucho para y por l@s niñ@s, las clases son muy dinámicas, con mucho aprendizaje a través del juego, y esto creo que es muy positivo para Aroa.
Os seguiré contando.
QUE BONITO BLOG ME HE ENCONTRADO. YA TE SIGO
ResponderEliminarBESOS
coni-baby.blogspot.com
Felicidades Aroa!!! Me alegro muchisimo de que se haya adaptado tan bien y que le vea el lado bueno al colé, es genial!!! va a disfrutar muchísimo de él. Un besito y animo corazón, estos días tb van a ser duros para ti pero puedes sentirte muy orgullosa
ResponderEliminarMe has hecho llorar al leerte, que emotivo y cuanto me alegro de que todo haya ido bien! besitos
ResponderEliminarDi que sí, esta es la niña que no iba a ser capaz de desenvolverse debido a la protección materna... ¡Toma! Menudo triunfo para las dos. Ya verás como va a ir todo sobre ruedas.
ResponderEliminarUn besito.