En este contexto, donde lo que prima es el “ya” y el “ahora”, no es de extrañar que triunfe una terapia como el conductismo, que promete una rápida solución a los problemas de conducta y además, sin exigir un gran esfuerzo por nuestra parte.
(... ) Para encontrar una solución efectiva a nuestros problemas, debemos hallar su origen, profundizar en sus verdaderas causas y trabajarlas. Sin embargo, esto requiere más tiempo y, sobre todo, más esfuerzo personal y no todo el mundo está dispuesto a implicarse en su proceso de sanación. Buscamos la solución mágica, la píldora conductual que cambie lo que no nos gusta pero, sin tener que implicarnos emocionalmente en nuestro verdadero proceso de sanación.
Las técnicas conductistas se centran meramente en el síntoma, sin interesarse lo más mínimo por lo que sucede debajo de la superficie. Se utilizan los refuerzos y los castigos para provocar cambios relativamente rápidos en el individuo, pero con escasa consistencia a medio o largo plazo. Además, al no trabajar con la verdadera raíz del problema, lo único que logran estas técnicas es poner un parche temporal en la herida emocional, pero ésta, antes o después se reabre (por el mismo sitio o por otro) y el resultado final es que la persona sigue sufriendo.
Por fortuna, vivimos en el siglo XXI y las técnicas cognitivo-conductuales no son tan extremistas como lo eran hace unas décadas. Hoy en día, los métodos son más coloridos y aterciopelados que el brutal tratamiento que sufría Alex, el protagonista de “La naranja mecánica”, o la tortura a la que John Watson, padre del conductismo, sometió al pequeño Albert. Watson demostró que era capaz de inducir rápidamente una fobia a un bebé de menos de un año de edad. El procedimiento consistía en dar un fuerte martillazo mientras el niño jugaba con un ratoncillo blanco. El impacto, además de alarmar y asustar vivamente a la criatura, le provocaba un llanto desconsolado. En pocas sesiones, el niño asoció el miedo provocado por el estruendo del martillo, a la visión del ratón, con el mero hecho de ver al animalito, se le desencadenaban los mecanismos del llanto. También se comprobó que el niño había generalizado su miedo a cualquier cosa de color blanco. De esta forma tan poco ética, Watson demostró que podía manipular a su antojo a las personas. Posteriormente, dejó patente sus intenciones cuando dijo:
“Dadme una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger -médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados”
Aunque algo más suavizada, en la actualidad, la filosofía de fondo sigue siendo la misma: controlar y manipular de manera artificial el comportamiento. Muchos justifican su eficacia porque utilizando estas técnicas, en lapso de tiempo breve, se consiguen cambios muy llamativos. Desde luego, es innegable que se consiguen resultados, pero éstos son superficiales y poco duraderos. Además, como veremos más adelante, las consecuencias a largo plazo nunca compensan los aparentes beneficios inmediatos.
Usar este tipo de técnicas con adultos me parece una manipulación carente de ética. Utilizarlas para someter y dirigir a los niños, roza peligrosamente el maltrato infantil. Pretender que los niños obedezcan y sigan ciegamente todo lo que los adultos planificamos para ellos, denota una completa falta de respeto hacia la infancia y un absoluto desconocimiento de las necesidades y los procesos madurativos del ser humano. Ya he comentado otras ocasiones que, en psicología (y, sobre todo, en psicología infantil), el fin no justifica los medios. No todo puede estar permitido para conseguir que los niños hagan lo que los adultos deseemos.
Ante todo lo que he ido exponiendo, Supernanny (un ejemplo de conductismo que todos conocemos) podría argumentar que sus técnicas funcionan, que consigue que los niños se porten bien y obedezcan utilizando premios, castigos y economía de fichas (darles estrellitas cuando hacen lo que deseamos). En efecto, tras unas cuantas sesiones, logra tener a los niños comiendo de su mano, al tiempo que encandila a los millares de padres que ven sus programas. Sin embargo, en vez de congratularme por el resultado, todo este tipo de programas me preocupan y me plantean graves dudas, entre ellas: ¿por cuánto tiempo funciona su tratamiento? ¿alguien ha vuelto un año después a ver cómo siguen esas familias? Y, sobre todo, ¿qué pasa, a largo plazo, con las consecuencias negativas que estas técnicas conllevan para los niños que las han sufrido?
(...)
Las consecuencias del conductismo, a medio y largo plazo, son muy variadas y nada beneficiosas para la salud mental del individuo. Los niños que son forzados a reprimir sus emociones y cuyas opiniones no son tenidas en cuenta, aprenden que el respeto se impone por la fuerza y que existe una jerarquía de dominio y órdenes a la que deben someterse “por su propio bien”, porque, el de arriba, el que manda, conoce, incluso mejor que ellos, sus necesidades. Además, estos niños, carecerán de la empatía necesaria para una convivencia pacífica. A la larga, se convertirán en adultos sumisos, obedientes y poco propensos a expresar disconformidad con la autoridad (tal y como se les enseñó de pequeños), pero también serán incapaces de conectar emocionalmente con los demás y abusarán del más débil siempre que tengan ocasión.
Podéis leer el artículo entero aquí. Sin duda merece la pena, no sólo este artículo, sino todos los demás.
Que blog mas bonito, me encanta, tienes una manos maravillosas, si te apetece podemos mantener el contacto. Besitos guapa.
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Gracias por tus palabras, tú también haces unas cosas fantásticas. Has visto mi otro blog? Si te apetece, nos vemos por allí también. Saludos!
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