Llevaba un tiempo practicando mi vuelo particular, descubriendo cosas nuevas, reafirmándome en mis convicciones, en mi forma de actuar. Por fin comenzaba a desplegar mis propias alas, siendo consciente de todas y cada una de las cosas que iban sucediendo a mi alrededor.
Pero un día llega el momento del gran salto. El momento de decir lo que una piensa porque es así como cree que debe ser.
Sin embargo, no siempre los primeros saltos al vacío son fáciles. Muy al contrario. En muchas ocasiones se tornan en una caída en espiral, una caída tan abrumadora que ni siquiera se es capaz de encontrar la forma de utilizar las recién estrenadas alas de forma correcta.
Y entonces llega el gran batacazo.
En ese momento, lo ideal seria levantarse, con más fuerza que antes, con la esperanza de que el siguiente vuelo será más fructífero.
Pero no está siendo ese mi caso. Las inseguridades han vuelto a aparecer y las ganas de volar se han desvanecido.
Me pregunto de qué vale volar cuando estás metido en una jaula que no te lleva a ningún sitio.
Por ahora me toca esperar, ver, recapacitar, aprender del error. Y tal vez, más adelate, poder volver a probar, porque siento que no estaba preparada para el gran salto. O quizás es que otras aves más poderosas surcan mi cielo impidiéndome disfrutar de mi espacio.
Y la vez de todo esto, siento rabia, frustración. Porque el abandonar mi vuelo ha hecho que deje de lado también proyectos en los que tenía puestas todas mis ilusiones.
Pero tal vez sea el momento de dedicar mis esfuerzos a lo que tengo más cerca de mí. Tal vez el universo me está pidiendo que vuele, pero en otra dirección y que gaste mis energías en aquellos que de verdad me necesitan.
Por el momento, siento que necesito hibernar, meditar, recapacitar. Espero que mi letargo emocional no dure demasiado.
“(…) no devenimos madres necesariamente cuando parimos al niño, sino en el transcurso de algún instante de desesperación, locura y soledad en medio de la noche con nuestro hijo en brazos. Cuando la lógica y la razón no nos sirven, cuando nos sentimos transportadas a un tiempo sin tiempo, cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido.”
Quizás los vuelos deban ser pequeños al comienzo, tan pequeños que sean imperceptibles.
ResponderEliminarQuizás volar es salir, es soltarse, es fluir... porque volar es una metáfora.
Quizás dejarse llevar sea primero hacia dentro y después hacia fuera.
Quizás Anuska... solo quizás...
Si has decidido hibernar, cierra los ojos, respira pausadamente y disfruta del momento, hasta que los vientos te sean favorables y te susurren una dirección.
Espero que pronto recobres las fuerzas, tal vez ese proyecto no valga la pena pero no debes dejar que te contagie el pesimismo. Ánimo!
ResponderEliminarMon ya te ha dicho lo que yo quería decir y mejor de como lo hubiera dicho yo ;-)
ResponderEliminarTodos los comienzos tienen tropiezos, lo admirable no es no caerse, sino levantarse con una sonrisa.
Un abrazo.
Ay cielo, respira hondo, tómate tu tiempo y empieza con vuelos cortos. Acuérdate de los primeros pasos de los niños.
ResponderEliminarPrimero son dos pasos, luego se atreven a ir más lejos, y luego no hay quien los pare. Muchos se asustan con las primeras caídas y tardan en volver a intentarlo, regresan a lo seguro, pero cuando lo hacen o sí, cuando se atreven a dar ese paso otra vez, lo hacen con confianza, con seguridad.
Estoy segura que volverás mucho más fuerte y confiada.